EL VERDADERO HUMOR EMPIEZA CUANDO YA NO SE TOMA EN SERIO LA PROPIA PERSONA.Herman Hesse
MUCHAS VECES AYUDÓ UNA BROMA DONDE LA SERIEDAD SOLÍA OPONER RESISTENCIA.Platón
En esta edición queremos hablar del humor como una vía para lidiar con nosotros mismos y con los demás. El humor ayuda a desdramatizar algunas miserias personales, algunas situaciones adversas y algunas conductas ajenas que nos molestan. Reírnos de nosotros mismos nos permite tomar distancia de las situaciones, nos hace más libres y flexibles. Tres cosas a veces muy difíciles de lograr…
La libertad se experimenta cuando uno se percibe humanamente imperfecto e igual a los demás sobre todo a aquellos demás que nos desagradan. Si somos capaces de aceptarnos mejor a nosotros mismos, es probable que podamos hacerlo con otros. Este proceso por el cual nos amigamos con esos aspectos nuestros, vale la pena, porque de esta manera llegamos a conocer algo más de nuestra propia naturaleza, y ya no vamos a dejar que otro nos muestre aquello que no queríamos admitir.
ODIO A LA GENTE LENTA
Por Alejandro Rozitchner. Filósofo.
Odio la gente lenta. No es una virtud, ni necesito exponerla como tal, ¿acaso uno tiene que hablar sólo de lo bueno de sí? ¿Sólo tenemos que hacernos conscientes de nuestras reacciones cuando éstas pueden ser defendidas en la parroquia? Descartamos que todos tenemos, como dice mi hijo de 5 años, una parte buena y una parte mala.
Buen principio para una pedagogía consistente, que ayude a los chicos a desarrollarse y crecer, a desplegarse. No tener que fingir que uno es otro del que es, sino ser totalmente uno y así poder dar forma a una buena actitud, constructiva, sin mentir. La inautenticidad del bien construye más problemas que la verdad mezcladita que llevamos dentro.
Confesiones: Hoy, cuando la señora tardaba en bajar del taxi, yo, que me comportaba como el normal ciudadano educado y respetuoso, pensaba dentro mío: ¡cuando carajo te vas a bajar, hija de mil putas! Se dilataba, la señora, se tomaba las cosas con calma. Y no era una anciana. Cuando tengo que hacer cola en una caja, o en un cajero, y el de (o la de) adelante se demora un poquito, en esas cosas normales de los movimientos hechos sin apuro (para mi gusto: sin tener en cuenta que hay otro esperando, o también: cagándote en todo, sin tomar en cuenta que hay otros esperando y que quieren también hacer sus cosas), tengo la fantasía de agarrarlo del pelo y tirarlo al piso. Y patearlo. Es cosa de un segundo. No lo haría jamás, lógico. Es una cosa de la mente, digamos. Cuando estoy esperando que salga alguien para poder estacionar y el otro no se apura, sino que simplemente se toma las cosas con calma, lo insulto, con suerte, sin decir palabra. (Los autos son el escenario de una dramatización, uno se permite ser la bestia que en la vida real no sería nunca. El problema es cuando los conductores se bajan enojados y tienen que hacerse cargo con hechos de lo que habían meramente ‘simbolizado’).
Me molesta incluso la gente demasiado calma, los suavistas: quiero nervio, velocidad, eficiencia, consideración, movimientos precisos, rapidez. Vamo, vamo, vamo.
Cuando comento estas emociones personales muchos me comentan el libro de Carl Honoré, ‘El elogio de la lentitud’. Parece que el autor aboga por una disminución de la aceleración y un respeto de los tiempos que toman las cosas. Es cierto que los procesos tienen sus tiempos propios de elaboración y que estos no se pueden negar. Pero no estoy nada de acuerdo con esa visión un poco reblandecida en la que toda velocidad es negativa. El mencionado Honoré hace una especie de crítica general de nuestra sociedad actual, cosa que a mi siempre me suena como una incapacidad de comprensión. Lo que no gusta de la sociedad actual, al menos lo que no gusta a algunos, es lo mismo que impera en la naturaleza de la que formamos parte: el despelote vital, el desborde problemático de mil formas de vida urgidas por vivir. No nos apuramos porque estamos alienados, nos apuramos -muchas veces- porque queremos cosas y porque estamos metidos en procesos de creación, elaborando caminos y vías de satisfacción.
El entusiasmo es una posición vital que se expresa con una cierta velocidad, es excitación, y la excitación pide mundo, pide más ya, y eso es sensacional. Negar eso con argumentos que promueven la calma y la pausa como modelo para todo me parece poco valioso: no es una posición vital ni vitalista, es un reproche a la existencia, una incomprensión del fenómeno natural. Existe el Cheeta y mil animales que cazan desenfrenadamente: vayan a decirles que están estresados... O sin ir más lejos: ¿han visto comer a sus mascotas? ¿Están alienadas por la sociedad de consumo o la urgencia con la que mastican puede ser tomada como testimonio directo de un deseo de vivir que a veces se expresa sin lentitud y sin calma?
La meditación es bárbara, pero tomarse todo con calma es la estrategia del neurótico que no sabe tratar con sus excitaciones. La excitación es nerviosa, pide cosas sin demora y hace que actuemos en consecuencia: no tenemos que quedarnos sin ese recurso, porque estaríamos falseando la escena y limitando nuestras capacidades. Hay cosas que hay que hacer rápido, hay momentos en los que estar apurado no es generar estrés sino ser capaz y valeroso.
Es gracioso. Cuando publiqué estas ideas en mi blog, empecé el texto -como en este artículo-diciendo que mi parecer no era una virtud, que era algo que me pasaba, que todos teníamos nuestra ‘parte mala’ y aun así más de uno se sintió llamado a sermonearme. A defender a las viejitas (yo no hablé en contra de la ancianidad), a llamarme al orden. Qué plomez. A cuanta gente le gusta hacerse el bueno todo el tiempo. Cuánta gente no puede ni jugar con las ideas, ni reconocer emociones ‘incorrectas’, ni tener flexibilidad.
Otros, por suerte, entendieron la cosa y sumaron a la mía confesiones similares. Si se piensa el tema burdamente se dicen muchas sonseras: claro que hay cosas que deben hacerse con un ritmo pausado, lo que no quiero es que prime la idea de que la calma y la lentitud son siempre positivas. No abogo por una sexualidad veloz, por ejemplo, pero tampoco creo en la imposición de un ritmo extremadamente lento como única forma de la sensualidad (alguien escribió hace poco en un comentario en mi blog que la diferencia entre coger y hacer el amor es que hacer el amor era hacerlo despacio).
Es necesario que cada uno pueda reconocer sus, digamos, ‘necesidades rítmicas’ sin caer en la locura ansiosa ni en el budismo constante. El enemigo conocido es el primero, la ansiedad, pero el segundo, inadvertido, hace que muchos se sientan culpables por tener un ritmo veloz, productivo, eficiente, devorador, vital y entusiasta. Tenemos que superar estas dicotomías toscas, alguna vez, y avanzar en una imagen más abarcativa y compleja de los fenómenos. A ver si terminás de guardar tus papelitos y me dejás pasar, que yo también necesito usar el cajero, che.
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Woody Allen: humor y reflexión
Psiquiatra: ¿Qué es lo que la atormenta?
Mujer embarazada: La vida
Psiquiatra: ¿la vida?
Mujer embarazada: El universo. La crueldad. La injusticia. El sufrimiento de la humanidad. La enfermedad. El envejecimiento. La muerte.
Psiquiatra: Todo muy vago. La humanidad. No se preocupe por la humanidad continuamente. Ponga en orden su propia vida… Continuaremos mañana.
Fragmento de “Otra Mujer”
"¿sabes?, con el arte siempre estás intentando que las cosas salgan perfectas porque… en la vida resulta tan difícil…..
Fragmento de Annie Hall.